miércoles, 27 de julio de 2016

DE LEÑADOR A MEDICO

En una humilde choza del bosque, vivía un malgeniado leñador con su mujer, a quien hacía constantemente víctima de su mal humor, llegando al extremo de golpearla duramente.
La buena compañera soportaba todo con santa resignación, pensando que algún día cambiaría el mal genio de su esposo, Pero aburrida ya de este estado de cosas que no cambiaba, un día pensó ella: 
- Tengo que vengarme de este indolente.
Y, desde entonces, andaba buscando la ocasión para devolver a su marido los palos que cotidianamente le propinaba.

Sucedió, una vez, que en el palacio del rey hubo una gran conmoción, Había sucedido que la hija del monarca, una niñita traviesa y juguetona, de siete años, se tragó un pequeño aro de oro.
Todos los médicos de palacio fueron llamados para dar los primeros auxilios a la niña. Pero, por más intentos y esfuerzos que hicieron, no consiguieron extraerle el aro de la garganta.
Como la niña mostraba síntomas de asfixia, la desesperación del rey llegó al máximo y, viendo que sus médicos nada podían hacer por salvar a su querida hijita, mandó encarcelarlos. V luego envió emisarios por todo su imperio para buscar un médico que supiera salvar a su pequeña.
Dos comisionados pasaron por la cabaña de nuestro leñador, y viendo a la mujer de éste sentada a la puerta, le contaron el encargo que les había confiado el rey.
- Yo os puedo ayudar -dijoles la mujer, que había visto la oportunidad de vengarse de su cruel marido- 
Soy la esposa de un sabio médico, que se ha retirado a estas soledades con el fin de descansar. Por eso, para que nadie lo moleste, niega siempre su profesión; pero dándole unos cuantos golpes, no tardará en declarar quién es. El sólo podrá salvar a la princesita, pues es especialista en extraer cuerpos extraños de la garganta
.
Cuando vino a la cabaña el leñador, los dos comisionados del rey le solicitaron que se sirviera acompañarlos a palacio para salvar a la princesita de morir asfixiada.
- ¡Yo no soy médico! -repuso, asombrado, el leñador.
Entonces, los dos emisarios reales, siguiendo los buenos consejos de la esposa del que creían médico, comenzaron a darle de palos, hasta que el pobre hombre tuvo que confesar que era médico, con el fin de librarse de la soberana paliza.
Llegados todos al palacio real, fueron introducidos, sin demora, al aposento de la princesita. Una vez allí, el leñador volvió a protestar:
- Aquí hay un error; ¡yo no soy médico!
Con lo que no consiguió más que otra, buena tunda, que lo hizo gritar:
- ¡Basta! ¡Yo sanaré a la niña!
Como no entendía nada de medicina, no se le ocurrió otra cosa que dar saltos y cabriolas, pero con tanta gracia, que la princesita, riéndose a carcajadas, arrojó el aro de su garganta.
- Sois un médico muy sabio -le dijo el rey-. Pero voy a someteros a una nueva prueba. Si salís triunfante de ella, os llenaré de riquezas.
Entonces el rey mandó traer a todos los enfermos de palacio, y dijo al leñador:
- Cúralos y te daré un cofre lleno de oro. Pero, si fracasas, morirás ahorcado.
Al leñador se le ocurrió una buena idea, y dijo al soberano que lo dejara solo con los pacientes. Ya solo, dijo:
- Tengo un buen remedio que los sanará; pero necesito las cenizas de una persona que haya sido quemada viva ...
Uno de vosotros será sacrificado en bien de los demás...
Y a cada paciente les fue preguntando si quería sacrificarse. Pero ellos, muertos de miedo, salían gritando de la habitación: “¡Ya estoy curado!”. 
El rey, viendo que todos habían sanado, entregó el oro prometido. Y el leñador, superada su pobreza, no volvió a tener mal genio ni a pegar a su mujer.

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