EL LEÑADOR Y EL OGRO
– ¡Si cortas mis árboles, te mataré! –rugió el ogro.
El joven arrojó el hacha, echó a correr más veloz que una liebre, llegó jadeante a casa y contó lo que le había sucedido. El padre le dijo que era un cobarde y que a él jamás le habían asustado los ogros.
El segundo hijo fue también al bosque y le ocurrió exactamente lo que al primero. De modo que, cuando el ogro dijo:
– “¡Te mataré si sigues cortando mis árboles”, el muchacho echó a correr como su hermano, sólo que más veloz.
Su padre le reprochó por su cobardía y repitió que él en su juventud jamás se había amedrentado ante un ogro.
Al tercer día se alistó para ir al bosque el menor de los hermanos. No se enfadó lo más mínimo por la burla que le hicieron sus hermanos, y sólo pidió a su madre que le llenara el zurrón con pan y un queso. Provisto esto, el joven se puso en camino rumbo al bosque.
Llevaba un buen rato derribando árboles, cuando surgió el ogro de la espesura, quien gritó:
– ¡Si cortas mis árboles, te mataré!
Pero el muchacho no se amedrentó; cogió el zurrón y sacó el queso, al cual oprimió con tal fuerza, que hizo escurrir su suero, ante el asombro del ogro.
– ¡Si no te estás quieto, te estrujo como a esta piedra blanca! –gritó el joven.
El monstruo, creyendo que era piedra lo que el joven estrujaba entre sus manos, gimió suplicante:
– ¡Ten piedad de mí y yo te ayudaré en lo que pueda!
El rapazuelo lo perdonó con aquella condición, y como el ogro era diestro en derribar árboles, abatió varias docenas durante el día. Al llegar la noche, dijo el ogro:
– Será mejor que vengas a mi casa, pues la tuya está lejos.
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