miércoles, 27 de julio de 2016

EL PASTORCITO SABIO


Hubo un rey jactancioso que pretendía ser el hombre más sabio del mundo que cuando conocía a una persona, lo primero que le preguntaba era esto:
 
— ¿Quién es la persona más sabia del mundo?

— El rey es la persona más sabia el mundo —contestaban todos complacientes, porque temían al soberano.

Un día, el rey salió de paseo, montado en su brioso caballo. Al pasar por un camino, vio a un anciano que cavaba la tierra. Detuvo su caballo y llamó al viejecito.


— Viejo, ¿sabes quién es la persona más sabia del mundo? —le dijo.


— La persona más sabia del mundo es Carlos, el pastorcito de la comarca —contestó el anciano, sin saber que estaba hablando con el rey.

— ¿Qué dices? —gritó, colérico, el monarca—. ¿Crees que un pastor es más sabio que el rey?

— No conozco al rey —contestó el viejo—; pero si es más sabio que Carlos, será una maravilla.

— ¡Viejo! ¡Yo soy el rey y el hombre más sabio del mundo! —Gritó furioso el monarca, herido en su amor propio—. Busca a ese pastorcito y llévalo mañana a palacio. Si no es tan sabio como afirmas, a él y a ti os haré ahorcar.


Al día siguiente, el viejo y el pastorcito se presentaron ante el trono del rey.

— Carlos, ¿con que tú eres la persona más sabia del mundo? —dijo el soberano.

— ¡No, señor! ¡Lo único que sé, es que no sé nada! —contestó el muchacho.

— ¡Me gusta tu respuesta! —dijo el rey—. Eres modesto y por eso te perdono la vida. Pero si no contestas con acierto las tres preguntas que te haré, éste viejo amigo tuyo morirá.


— Trataré de contestarlas, Majestad, para salvar la vida de mi amigo —replicó Carlos.


— Ahí va la primera pregunta: ¿Cuántas gotas de agua hay en el mar?

— ¡Oh, rey! Detén todos los ríos y arroyos que desaguan en el mar; haz que no caiga en él ni una gota de lluvia y te diré las gotas de agua que contiene el mar.

— ¡Bien contestado! —exclamó el rey—. Ahora va la segunda pregunta: ¿Cuántas estrellas hay en el firmamento?

— Tantas, como granos de arena hay en el mar. Si vuestra Majestad puede contarlos, lo sabrá —contestó Carlos.


— ¡Me gusta tu respuesta! —dijo el rey—. Y ahora va la última pregunta: ¿Cuánto tiempo durará la eternidad?
Carlos, sin inmutarse, contestó:



— En un lejano país hay una montaña que tiene ocho kilómetros de altura. Cada cien años, un pajarito va a esa montaña y se lleva en el pico un granito de tierra. Cuando no quede más tierra en la montaña pasará recién un minuto de la eternidad.

El rey sonrió complacido. Luego, dijo:


— Esta última respuesta tuya es la mejor de todas. Eres en efecto, el hombre más sabio del mundo, no obstante tu corta edad. Cuando seas hombre cuajado y con experiencia serás más sabio aún. ¡Me doy por vencido, joven!

— Muchas gracias, Majestad —intervino Carlos—. Entonces, ¿he salvado a mi amigo, el viejo campesino?

— ¡Por supuesto! —afirmó el rey—. Tu viejo amigo ha sido salvado por tu maravillosa sabiduría. Otra cosa más quería decirte: me has dado una edificante lección. Es ingenuo creerse el hombre más perfecto, cuando hay en el mundo otros que lo son aún más.


Y, por invitación del rey, Carlos, el pastorcito modesto, se quedó a vivir en palacio, convertido en el consejero del monarca que había renunciado a ser el hombre más sabio del mundo.

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